EL HIJO DEL HOMBRE
El nombre que Jesús utilizó para sí mismo más a menudo que cualquier otro fue «el Hijo del Hombre». Para ejemplos, podemos ver Mateo 12:8 y Lucas 19:10; pero es seguro que este nombre aparece unas ochenta y cuatro veces en los cuatro Evangelios. Nadie se dirigió a Jesús utilizando este nombre, y por ello debe de haber algo especialmente lleno de significado en el hecho de que Nuestro Señor lo utilizara. Hay algunos que piensan que Jesús pudo haber escogido este título de Daniel en el Antiguo Testamento, donde el Reino de Dios es gráficamente representado por uno semejante al «Hijo del Hombre» (Daniel 7:13). Este título puede, por tanto, haber sido una clase de reivindicación velada de que Él era el Mesías prometido (el Libertador ungido). Nuestro Señor no habló frecuentemente de sí mismo en la forma hebrea corriente para referirse al Mesías, porque el Reino que Él vino a fundar era diferente de aquel con el que los judíos relacionaban ese nombre especial.
Ya sea que Jesús hiciera uso de este título en esta forma particular o no, no hay duda de que manifiesta perfectamente el hecho de que Jesús es verdadero hombre. Jesús dejó claro que Él era realmente un hombre como nosotros. En Juan 8:40, Él utiliza estas palabras: «Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad […]». Considera también Mateo 11:19. En este pasaje Jesús utiliza las palabras de sus enemigos que lo habían descrito como «un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores […]». Jesús no puso objeción alguna contra el que lo consideraran como un hombre. Es también muy significativo, que cuando fue tentado en el desierto Jesús respondiera al diablo como hombre diciéndole: «[…] no solo de pan vivirá el hombre […]» (Mateo 4:4).
Lo completamente humano que fue Nuestro Señor puede verse en su manera misma de hablar refiriéndose a su «cuerpo» (Marcos 14:8) y, después de su resurrección, a su «carne y huesos» (Lucas 24:39). Jesús nació en este mundo, y su madre lo crio (Lucas 2:7) como cualquier otro niño lo hubiera sido. Fue educado como otros niños, y creció (Lucas 2:40). Sabía lo que era pasar hambre (Mateo 21:18), tener sed (Juan 4:7; Juan 19:28), sentirse cansado (Juan 4:6), tener sueño (Mateo 8:24), sufrir (Lucas 22:44) y, finalmente, morir (Marcos 15:37).
Pero ser humano, ser un hombre real, no es solo tener un cuerpo. Jesús sabía lo que era estar contento (Lucas 10:21), derramar lágrimas (Juan 11:35), ser tentado (Mateo 4:1–11), y compadecerse de las multitudes (Mateo 9:36).
Por encima y sobre todas estas cosas, está la gran realidad de que Jesús necesitaba orar, tal como lo necesitamos nosotros (Marcos 1:35). En Mateo 26:38 Jesús habla de la tristeza de su «alma». Considera también lo que se dice en Juan 12:27. Nuestro Señor también se refiere a que se estremeció en «espíritu» (Juan 11:33; Juan 13:21).
HIJO DE DIOS
Hay otro nombre o título que Jesús utilizó para sí mismo, y esto nos revela otro aspecto de su maravillosa persona. Unas veinticinco veces en los Evangelios, Jesús se llama a sí mismo «el Hijo». Ya hemos notado una de ellas en Mateo 11:27, pero lee también Juan 5:19–20 Juan 14:13. Nuestro Señor utiliza estas dos palabras de manera muy especial, y deberíamos estudiar la historia relatada en Marcos 12:1–12 para entenderlo más claramente.
Manteniendo esta forma especial de referirse a sí mismo como «el Hijo», Nuestro Señor también habló mucho acerca de Dios como su «Padre». Es verdad que Jesús enseña a cada creyente a considerar a Dios como su Padre celestial, pero cuando Él habla de sí mismo afirma que Dios es su Padre de una forma muy diferente a cuando nosotros lo hacemos. Lee especialmente las palabras de Juan 20:17: «[…] No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios». ¿Has notado la distinción que hace? Debemos también prestar atención especial al dicho de Nuestro Señor constatado en Juan 10:30: «Yo y el Padre uno somos».
Supongo que recordarás otro conjunto de dichos en los cuales Jesús nos dice que su relación con Dios es una relación especial. Hablando de sus enemigos, dijo: «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo» (Juan 8:23); y Él puso fin a las preguntas de sus discípulos diciendo: «¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero?» (Juan 6:62). En una ocasión, Jesús afirmó existir antes que Abraham. Él dice en Juan 8:58: «Antes que Abraham fuese, yo soy».
Además de todas estas palabras importantes de Jesús concernientes a Él mismo, hay muchas acciones suyas que indican que Él era mucho más que un hombre corriente. Sus milagros lo demuestran. El que venció la furia del mar turbulento, el que alimentó a las multitudes y sanó a los enfermos, no era un hombre corriente. Él conocía los pensamientos secretos de los hombres y toda su historia íntima. Tres veces devolvió la vida a los que habían muerto (Lucas 7:14–15; Juan 11:43–44). Y en lo que más actuó como Dios fue en que perdonaba pecados (Marcos 2:7–10; Juan 8:11).
A cualquier lugar de los Evangelios que vayamos, encontramos cosas que indican algo más grande en Jesús que lo puramente humano. Su nacimiento mismo fue milagroso (Lucas 1:35); y en el momento de su bautismo, Dios habló desde el Cielo, diciendo: «Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mateo 3:17). La mayor demostración de la verdadera naturaleza de Nuestro Señor la hace su resurrección, especialmente a la luz de lo que dijo en Juan 10:17–18: «Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre». El apóstol Pablo vio el sentido de esto cuando escribió en Romanos 1:4 que Jesús fue declarado Hijo de Dios «por la resurrección de entre los muertos».
DOS NATURALEZAS: UNA PERSONA
Ahora bien, ¿a qué nos han conducido todos estos hechos evangélicos? La respuesta es doble:
1. Jesús es verdadero Hombre.
2. Jesús es verdadero Dios.
Ha sido tarea de los pensadores cristianos en el transcurso de los siglos investigar el significado de esta doble respuesta.
Sin embargo, nosotros sabemos lo que significa en nuestra propia experiencia. Significa en primer lugar que en el Señor Jesucristo tenemos a Uno que siente todo cuanto sentimos nosotros. La Epístola a los Hebreos nos dice que «no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Hebreos 4:15); y en esta misma epístola leemos que Él «no se avergüenza de llamarlos hermanos» (Hebreos 2:11). ¡Qué verdad más preciosa es esta, que en el Cielo hay Uno que comprende nuestros sentimientos humanos! Y esto es verdad debido a que Él es verdadero hombre.
El Nuevo Testamento se ocupa del gran tema de la naturaleza divina de Nuestro Señor Jesucristo, y ayuda a aclarar algunos de sus maravillosos significados. Siguiendo con la Epístola a los Hebreos, aprendemos en el capítulo 1:1–3 que «Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas». Este es un pasaje algo largo, y me gustaría que volvieras a leerlo otra vez. Dice muchas cosas concernientes a Nuestro Señor, y vamos a enumerarlas a continuación.
1. Él es el medio por el que Dios habla a los hombres. Esto es lo que quiere decir Juan en los primeros versículos de su Evangelio, donde escribe: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho» (Juan 1:1–3). «Verbo» parece a primera vista un nombre muy extraño para referirse a una persona que vive; pero ahora podemos ver un poco lo que significa. Juan quiere decirnos que es a través de su Hijo como Dios nos habla. Tal como nosotros utilizamos las palabras cuando hablamos, así Dios utiliza a su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo.
Ahora llegamos al punto número dos.
2. El Señor Jesucristo es el «heredero de todo». Un heredero es uno a quien algún día algo pertenecerá. Cuando el pasaje que hemos leído en Hebreos dice que Jesús es «el heredero de todo», está dando a entender que finalmente todo pertenecerá a Él. Pablo tiene algo grande que decir tocante a esto en Filipenses 2:5–11. Él describe cómo el Hijo de Dios se humilló a sí mismo y, como hombre, se sometió a morir en la Cruz y luego continúa escribiendo: «Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el hombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre». Juan el Apóstol tuvo una visión de Jesús en el Cielo, y vio que «en su cabeza había muchas diademas» (Ap. 19:12). No olvidemos nunca que todo el poder y toda la autoridad pertenecen ahora al Señor Jesucristo. Esto es lo que queremos decir cuando hablamos de su exaltación.
Seguimos pensando aún en el significado del gran pasaje de Hebreos capítulo 1, y llegamos al punto tres.
3. El Hijo de Dios es el Hacedor del universo. Si recordamos esto, podemos entender un poco lo que Jesús quería dar a entender decir cuando dijo: «Antes que Abraham fuese, yo soy». El Hijo de Dios existía antes de todas las cosas; en efecto, debemos aprender a pensar en Él como alguien tan eterno como Dios. En Colosenses 1:16–17 leemos algo referente a esto. «Porque en él fueron creadas todas las cosas […] todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten». Cuando pensamos en ello, ¡cuán maravilloso se manifiesta su amor, al venir y morar aquí sobre la Tierra para ser nuestro Salvador!
Terminamos recordando que…
4. El Señor Jesús es la imagen exacta de Dios. He aquí otra vez las palabras precisas: «el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia». Estoy pensando si te acordarás de las palabras de Nuestro Señor dirigidas a Felipe y constatadas en Juan 14:9: «El que me ha visto a mi, ha visto al Padre». El Señor Jesucristo es la descripción perfecta de lo que Dios es. Lo más elevado de lo que podamos pensar o aprender acerca de Dios se ve en el Señor Jesucristo. Me gustaría que dejaras de leer esto por un momento y consideraras el pasaje de 2 Corintios 4:6. ¿Has visto la gloria de Dios en la faz de Jesucristo?
Para concluir nuestro estudio debemos recordar un nombre muy particular que pertenece a Nuestro Señor Jesucristo: es el nombre «Emanuel». Esta es una palabra hebrea que traducida significa «Dios con nosotros» (Mateo 1:23). En este nombre hallamos la doble verdad concerniente a nuestro Salvador. Él es Dios y Hombre. Algunas veces unimos ambas palabras y lo llamamos el Dios Hombre.
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